Uno, dos, seis, diez, y van pasando lentos y pesados los días, con sus horas y minutos, como espinas que se clavan, y tú, te olvidaste hasta de respirar, solo sabes que no está, se marchó, y dudas si regresará.
Permaneces sentado en aquella madera, llena de astillas, que en su día fue un banco, donde la gente se paraba a charlar o simplemente a observar la belleza de una mañana cualquiera. Ahora tú, ocupas aquel lugar, con las manos en la cabeza y los ojos empañados.
La tormenta cubre tus ropas. Tus cabellos pegados al rostro, te dan la imagen que nunca imaginaste llegar a ser. Levantas la mirada un instante, y se ve reflejado tanto odio en ella, que rompes a llorar y gritas de impotencia.
En tu mente se dibuja su bella figura, aquella noche triste y oscura, y sus últimas palabras: jamás debiste amarme. Parece que te tienes en pie, aún no lo crees, pero de pronto tus piernas han decidido por ti y deciden que ya basta, debes seguir adelante. Y a partir de ese momento ya no contarás los días que transcurren sin ella, sino las huellas de los pasos que das, a pesar de su adiós.
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