Me pillé los dedos de tanta ilusión. Que el sombrero negro fue un agujero oscuro y tenebroso que me hizo temblar de angustia cuando de un portazo te fuiste, sin darme cuenta. Y la magia que subió como la pólvora en el asiento de tu coche rojo, hoy descendía a tal velocidad que me quemaba los párpados si intentaba recuperar las cenizas que caían de lo alto. Y es que cuando la ilusión se cuela en el alma con tanta fuerza e intensidad, deja un socavón profundo si decide retirarse sin aviso.
Tengo sed, de una sonrisa que no contemplo; tengo hambre, de unos besos que ya no tengo; tengo ganas, de hacerte mío y quedarme sin aliento; tengo rimas, que sangran más y más por dentro. Y no te encuentro. Estoy a ciegas.
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