Quizá no había subido por una enredadera a mi ventana, ni venía vestido de príncipe. Pero yo dormía, a altas horas de la fría noche, y nevaba. De pronto sonó el timbre fuertemente y me sobresalté, brincando de la cama.
Era él, venía a verme, me echaba de menos, me amaba, necesitaba verme. Y yo, aturdida por la sorpresa, apenas abría los ojos amenazados por la luz de las bombillas.Pero él, me tomó de las manos y andamos por la casa hablando en susurros, envueltos en abrazos cálidos y llenos de ternura, como si aquella fuera la noche más mágica de todos los tiempos.
A contracorriente
Comerme el mundo, saltar por encima de los muros del orgullo, romper las distancias, coger fuerzas de la nada, rasgarme la piel de tanto sonreír, caerme mil veces y levantarme dos mil, equivocarme y aprender, ir en contra de la gravedad, besar con los ojos, pisar con las manos, hablar en silencio, soñar con los ojos abiertos, gritar de alegría, llorar de felicidad, regalar abrazos, cambiar el mundo.
miércoles, 1 de mayo de 2013
Quizá
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