No logras conciliar el sueño. Tus pies desnudos se asoman por debajo del edredón caliente en busca de aire fresco.
Tu cabeza da vueltas y vueltas a una almohada que te acompaña cada noche en tus sueños, y el colchón parece que está tal vez demasiado blando.
Tus ojos brillan en una negra oscuridad que se ha vuelto invasora de la habitación y tu mente comienza a volar y viajar entre los sueños y deseos que se esconden en tu corazón.
Contar ovejas está ya muy visto, así que decides cerrar los ojos e imaginar que lo tienes al lado, a él. Sí, ya lo oyes respirar, y de pronto te agarra la mano y te susurra: buenas noches princesa.
No puedes evitar sonreír.
Su voz suena como de costumbre, grabe y dulce, y sus dedos acarician los tuyos con suavidad. Poco a poco sientes que flotas, que pierdes la noción de los segundos, que ya te has dormido.
Y cuando te despiertes, tal vez desees volver a soñar que estaba a tu lado, llamándote princesa.
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