Un puñal estaba desgarrándome por dentro con tal fuerza que se podía oler en dolor en mi rostro, tan pálido y seco como el de un títere viejo. Era el triste resultado que el amor había dejado en mí, en nosotros, perdidos, sin rumbo. El tiempo se había agotado, las agujas del reloj se habían ahogado en un mar donde la espera había huido cansada, de esperar demasiado.
Habíamos construido un muro de hielo entre ambos, y tú, de tanto golpearlo, lo derribaste sobre mí. El cielo se quebraba, acompañando a mis lágrimas a aquel lugar donde descansan todos los sueños rotos. Y yo, solamente deseaba desvanecerme, desaparecer, perderme en el silencio de algún suspiro.
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