A contracorriente

Comerme el mundo, saltar por encima de los muros del orgullo, romper las distancias, coger fuerzas de la nada, rasgarme la piel de tanto sonreír, caerme mil veces y levantarme dos mil, equivocarme y aprender, ir en contra de la gravedad, besar con los ojos, pisar con las manos, hablar en silencio, soñar con los ojos abiertos, gritar de alegría, llorar de felicidad, regalar abrazos, cambiar el mundo.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Tiempo muerto.

Un puñal estaba desgarrándome por dentro con tal fuerza que se podía oler en dolor en mi rostro, tan pálido y seco como el de un títere viejo. Era el triste resultado que el amor había dejado en mí, en nosotros, perdidos, sin rumbo. El tiempo se había agotado, las agujas del reloj se habían ahogado en un mar donde la espera había huido cansada, de esperar demasiado.
Habíamos construido un muro de hielo entre ambos, y tú, de tanto golpearlo, lo derribaste sobre mí. El cielo se quebraba, acompañando a mis lágrimas a aquel lugar donde descansan todos los sueños rotos. Y yo, solamente deseaba desvanecerme, desaparecer, perderme en el silencio de algún suspiro.


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