Lo grabé en las piedras que se clavaban en mi corazón mientras me convencía a mí misma de que sí, que el tiempo es el único que puede echarnos una mano.
Que hay tantas cosas que flotan en el aire, pidiendo a gritos ser realizadas, que me asusto, y solo puedo sonreír cruzando los dedos, mirando mi reloj de vez en cuando.
Como si esperase que llegue el momento en el que alguien me diga: estás lista, corre, tu corazón vive como aquellos días en los que nadie se atrevió a arañar la música de sus latidos.
Y cada segundo que pasa, es uno menos que queda para decirle a tus manos, que cada vez que las rozo, las mías desean no soltarse nunca.
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