Cerré los ojos. Sentí el vértigo que me provocaba no estar a tu lado, como si fuera a caerme en cualquier momento, como si solo en tus brazos estuviera segura.
Te imaginé en un rincón de mis sueños, abriéndome la puerta, besándome en la frente, callado. Y las palabras volaban en un silencio en el cual las protagonistas eran las miradas que se cruzaban, hablando de ti y de mi.
La música se adueñaba del momento, matándonos poco a poco, clavándose en cada chispa de la magia que aumentaba con cada acorde, de nuestra canción. Y ahí estábamos, tú y yo, perdiendo la noción del tiempo, rozándonos los labios con los ojos, que brillaban entre las risas que se escapaban entre las sábanas.
Como si hubiéramos creado un mundo aparte, como si todo se resumiera en la melodía que sonaba, mientras nosotros nos perdíamos, a propósito.
A contracorriente
Comerme el mundo, saltar por encima de los muros del orgullo, romper las distancias, coger fuerzas de la nada, rasgarme la piel de tanto sonreír, caerme mil veces y levantarme dos mil, equivocarme y aprender, ir en contra de la gravedad, besar con los ojos, pisar con las manos, hablar en silencio, soñar con los ojos abiertos, gritar de alegría, llorar de felicidad, regalar abrazos, cambiar el mundo.
miércoles, 25 de septiembre de 2013
Lo grabé en las piedras.
Lo grabé en las piedras que se clavaban en mi corazón mientras me convencía a mí misma de que sí, que el tiempo es el único que puede echarnos una mano.
Que hay tantas cosas que flotan en el aire, pidiendo a gritos ser realizadas, que me asusto, y solo puedo sonreír cruzando los dedos, mirando mi reloj de vez en cuando.
Como si esperase que llegue el momento en el que alguien me diga: estás lista, corre, tu corazón vive como aquellos días en los que nadie se atrevió a arañar la música de sus latidos.
Y cada segundo que pasa, es uno menos que queda para decirle a tus manos, que cada vez que las rozo, las mías desean no soltarse nunca.
Que hay tantas cosas que flotan en el aire, pidiendo a gritos ser realizadas, que me asusto, y solo puedo sonreír cruzando los dedos, mirando mi reloj de vez en cuando.
Como si esperase que llegue el momento en el que alguien me diga: estás lista, corre, tu corazón vive como aquellos días en los que nadie se atrevió a arañar la música de sus latidos.
Y cada segundo que pasa, es uno menos que queda para decirle a tus manos, que cada vez que las rozo, las mías desean no soltarse nunca.
jueves, 19 de septiembre de 2013
Sobre aquella baldosa.
Y ahí estaba de nuevo, él. Y una sonrisa incómoda y feliz se le escapaba por debajo de su nariz, mientras saludaba con la mirada encogida. Mi corazón empezó a acelerarse mientras andaba sin pensar a refugiarme en sus brazos.
Los árboles nos escuchaban, y dejaban pasar al viento que silbaba, observándonos bajo aquel claro cielo de septiembre. Hundiéndonos en un abrazo que lo paraba todo, que pausaba el mundo bajo nuestros pies, tan quietos, sobre baldosas ardientes. Y alzamos la mirada a las nubes que cubrían nuestros sueños, rozando el cielo con los dedos que se mezclaban entre nuestras manos.
Y me dí cuenta de que no quería nada más en el mundo, que podría sobrevivir con una sobredosis de sus besos bajo el sol. Que ya nadie existía, y tal vez me equivocaba, pero solo lograba verle a él entre tanta gente que parecía rodearnos. Y tan perdida, no quise regresar nunca, deseando quemarme los pies sobre aquella baldosa que me recordaba que estaba frente a aquellos ojos que me robaban las palabras, y me llenaban de ilusión.
Los árboles nos escuchaban, y dejaban pasar al viento que silbaba, observándonos bajo aquel claro cielo de septiembre. Hundiéndonos en un abrazo que lo paraba todo, que pausaba el mundo bajo nuestros pies, tan quietos, sobre baldosas ardientes. Y alzamos la mirada a las nubes que cubrían nuestros sueños, rozando el cielo con los dedos que se mezclaban entre nuestras manos.
Y me dí cuenta de que no quería nada más en el mundo, que podría sobrevivir con una sobredosis de sus besos bajo el sol. Que ya nadie existía, y tal vez me equivocaba, pero solo lograba verle a él entre tanta gente que parecía rodearnos. Y tan perdida, no quise regresar nunca, deseando quemarme los pies sobre aquella baldosa que me recordaba que estaba frente a aquellos ojos que me robaban las palabras, y me llenaban de ilusión.
lunes, 16 de septiembre de 2013
No te asustes si te digo.
No te asustes si te digo que acabas de irte y ya te echo de
menos. Si te digo que siento mariposas en el estómago incluso cuando no estás,
solo con pensarte. No te asustes si me ves llorando al escuchar nuestra
canción, solo es la emoción, el recordar el momento en que supimos que se puede
querer lo que no ves.
Porque mis días eran grises y tú los pintas de un color
tan bonito, que creo que empiezo a sonreír demasiado. Porque cuando estoy
contigo el mundo se evapora, y me quedo mirándote a los ojos hasta que
estallamos en risas traicioneras.
Es tu mano sobre la mía jugando a que se conocen de siempre,
después de haberse estado buscando tanto tiempo. Es tu sonrisa frente a mis
ojos, y el silencio más dulce cuando nos abrazamos, lo que me está matando, y
lo peor de todo, es que me encanta.
martes, 10 de septiembre de 2013
Como si ir más lentamente frenase el tiempo.
Me puse a escuchar los gritos de esperanza que cantaba Alex Ubago, y terminé soñando con un camino lleno de flores, tan bonitas que casi dolía verlas. Tú me tendías tu mano, muy serio, y podía leer en tus ojos algún poema de Rubén Darío, de esos que te ablandan el corazón antes de que puedas hacer nada para darte cuenta.
Apreté tu mano con fuerza, y sentí el fuerte latir de tu corazón entre mis dedos. Entonces, el sol bañaba nuestros cuerpos solitarios, en medio de la felicidad que nos provocaba estar juntos, aquella mañana de Septiembre, cuando las hojas secas volaban por encima de nuestros sueños, más perdidas que nosotros.
Andábamos despacio, como si ir más lentamente frenase el tiempo, como si pudiéramos remediar que siguiera cayendo el sol a nuestras espaldas.
Y poco a poco nos íbamos evaporando entre aquel mar de hojas, que se iban rompiendo bajo nuestros pasos, pero que ni siquiera escuchábamos, inmersos en los embrujos del amor.
Apreté tu mano con fuerza, y sentí el fuerte latir de tu corazón entre mis dedos. Entonces, el sol bañaba nuestros cuerpos solitarios, en medio de la felicidad que nos provocaba estar juntos, aquella mañana de Septiembre, cuando las hojas secas volaban por encima de nuestros sueños, más perdidas que nosotros.
Andábamos despacio, como si ir más lentamente frenase el tiempo, como si pudiéramos remediar que siguiera cayendo el sol a nuestras espaldas.
Y poco a poco nos íbamos evaporando entre aquel mar de hojas, que se iban rompiendo bajo nuestros pasos, pero que ni siquiera escuchábamos, inmersos en los embrujos del amor.
lunes, 9 de septiembre de 2013
Tiempo muerto.
Un puñal estaba desgarrándome por dentro con tal fuerza que se podía oler en dolor en mi rostro, tan pálido y seco como el de un títere viejo. Era el triste resultado que el amor había dejado en mí, en nosotros, perdidos, sin rumbo. El tiempo se había agotado, las agujas del reloj se habían ahogado en un mar donde la espera había huido cansada, de esperar demasiado.
Habíamos construido un muro de hielo entre ambos, y tú, de tanto golpearlo, lo derribaste sobre mí. El cielo se quebraba, acompañando a mis lágrimas a aquel lugar donde descansan todos los sueños rotos. Y yo, solamente deseaba desvanecerme, desaparecer, perderme en el silencio de algún suspiro.
Habíamos construido un muro de hielo entre ambos, y tú, de tanto golpearlo, lo derribaste sobre mí. El cielo se quebraba, acompañando a mis lágrimas a aquel lugar donde descansan todos los sueños rotos. Y yo, solamente deseaba desvanecerme, desaparecer, perderme en el silencio de algún suspiro.
jueves, 5 de septiembre de 2013
Volví sin ti.
Que por la estúpida razón de ser tan nostálgica volví al lugar donde paseamos de manos aquella vez, donde me comías con los ojos, matándome de amor.
Pero ya no estabas ahí, y esa vez empecé a morir de melancolía, de no verte a mi lado, de sentir tan frías mis manos y tan vacíos mis ojos.
Recordé como tu rostro se recortaba entre aquellas calles que hoy se veían tan borrosas sin ti. Tu modo de sonreír, de hacerme sentir única, feliz, de lograr que deseara no despertar jamás de aquel sueño que parecía tan infinito.
Pero ya no estabas ahí, y esa vez empecé a morir de melancolía, de no verte a mi lado, de sentir tan frías mis manos y tan vacíos mis ojos.
Recordé como tu rostro se recortaba entre aquellas calles que hoy se veían tan borrosas sin ti. Tu modo de sonreír, de hacerme sentir única, feliz, de lograr que deseara no despertar jamás de aquel sueño que parecía tan infinito.
Por ser un juego de niños.
Tanto pasó y tú preguntaste, qué fue del amor que aquellos días cegó nuestros ojos, fijando nuestras miradas en un mismo horizonte. Qué fue de los besos que nos dimos escondiéndonos de la realidad, viviendo nuestro propio universo, amándonos.
Y qué poco sabíamos del amor entonces, cuando nos lanzábamos al vacío sin saber ni la profundidad, ni cuánto dolería la caída. Sin saber que estábamos jugando con un fuego ardiente, de esos que queman cuando empiezas a caer en las llamas de un amor que mata. Y tanto mata por ser prohibido, por ser absurdo.
Por ser un juego de niños que se comen con los ojos a besos, que pueden abrazarse durante horas, y no ser más que un suspiro. Y por empezar a morir llegó la despedida, llegó el 'espero verte pronto, eres importante en mi pequeña vida'. Y las primeras lágrimas del corazón empezaron a derramar su sangre, cuando apenas sabías qué te ocurría. ¿Por qué lloras? no será qué te estás enamorando, de algo imposible.
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