No, no tengo noticias tuyas, no se nada de ti. No se nada de aquellas tardes de invierno en las que no contábamos las horas, nos las comíamos. En las que cantábamos canciones mientras me preparabas un chocolate caliente que más tarde sería el arma de la guerra más dulce, donde las balas eran besos y las heridas manchas marrones de cacao y azúcar en terrones. Lágrimas de tanta risa, carreras por los pasillos, cojines sin plumas.
Las bombas eran cosquillas, de aquellas que también matan y cortan la respiración. Pero, ¿para qué queríamos respirar, si podíamos dejarnos sin aliento? Y así pasábamos las tardes, viviendo sueños, matando horas, subiendo y bajando las paredes de los días de invierno.
PD: a este invierno le faltan guerras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario