Fría, la calle estaba fría, las ruedas de los coches heladas, del cielo caía piedra, caían gritos de dolor. La noche abrazaba las pocas criaturas que asomaban sus narices, por entre las rejas de los balcones de su soledad, mientras yo, helada, apenas existía fuera de mis pensamientos.
Entre tantos copos, la nieve nubló mi vida, y el llanto se escapaba, huyendo con cada parpadeo de mis ojos vacíos, o llenos de una nada tan extensa que podías perderte si no mirabas más allá de la cruda realidad. Bloqueo de un reloj, y temblaban mis manos, a más velocidad que las agujas que marcaban cómo el viento clavaba los cuchillos de tu ausencia en cada poro de mi piel.
Y así, la soledad, poco a poco se convertía en mi mejor respuesta, en el 'nunca voy a fallarte', que crujía bajo mis pies, aquellos, fríos.
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