Me miraba los zapatos que volaban en el aire, en el vacío que se alzaba por debajo de aquel puente de plata, reflejado en las aguas que pasaban por debajo de él. Parpadeé. Una lágrima desprendía de mis ojos más sentimiento del que nadie pueda imaginar, uniéndose a la gran masa de agua transparente como si fuese una más, como si quisiera camuflarse entre tantas gotas vacías de sentido.
Parecía que iba a llover, los pájaros volaban muy deprisa, y las gentes asomaban sus narices por debajo de todo tipo de paraguas. Yo, permanecía sentada.
Pronto la lluvia camuflaría mis lágrimas, y la tormenta rompería por mí los gritos que se escondían en mi interior, desde hacía tanto tiempo.
La segundera de los relojes se pausó por una eternidad, y cerré los párpados lentamente, apretando los puños muy fuerte como sujetando las maderas de aquel puente, camuflando el dolor entre el vértigo, entre el miedo que me causaba irme de aquel lugar con las manos más vacías, con los sueños más rotos, con los candados abiertos por despecho.
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