A contracorriente

Comerme el mundo, saltar por encima de los muros del orgullo, romper las distancias, coger fuerzas de la nada, rasgarme la piel de tanto sonreír, caerme mil veces y levantarme dos mil, equivocarme y aprender, ir en contra de la gravedad, besar con los ojos, pisar con las manos, hablar en silencio, soñar con los ojos abiertos, gritar de alegría, llorar de felicidad, regalar abrazos, cambiar el mundo.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Y ojalá, que algún día.

El mundo había enloquecido. Todos éramos ruinas. Nos observábamos con miedo a rompernos demasiado otra vez, de caer al precipicio sin paracaídas. De saber que nadie iba a estar ahí para salvarnos de una caída libre que parecía no tener final.
Éramos coraza. Aquella que construíamos para sobrevivir a nuestras propias tormentas interiores, siempre sonriendo. Que la vida es bella, enserio, me decías, con lágrimas en los ojos. Apenas te creí, pero te devolví la sonrisa.
Éramos un conjunto de sensaciones acumuladas en un corazón que andaba loco, latiendo recuerdos que lo quebraban sin querer. Pero nunca se cansaba de morir un poco más. Y así íbamos todos, con cara de lunes cada día, y los ojos vacíos de esperanza.
Y solo espero, que alguien nos salve pronto, antes de que empecemos a olvidar aquel edificio que fuimos antes de todas aquellas ruinas... Y ojalá, que algún día.


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