A contracorriente

Comerme el mundo, saltar por encima de los muros del orgullo, romper las distancias, coger fuerzas de la nada, rasgarme la piel de tanto sonreír, caerme mil veces y levantarme dos mil, equivocarme y aprender, ir en contra de la gravedad, besar con los ojos, pisar con las manos, hablar en silencio, soñar con los ojos abiertos, gritar de alegría, llorar de felicidad, regalar abrazos, cambiar el mundo.

miércoles, 11 de junio de 2014

El mar.

Cerré la puerta. Y de verdad que la cerré, y eché la llave al fuego, y luego tiré las cenizas al mar. Y el mar se las llevó lejos, supongo. Pero entonces llegaste tú, tú y tu arte por sacar sonrisas, por abrazarme durante horas que parecían segundos, por devolverme la ilusión que sin querer enterré en algún lugar, un frío día de lluvia. Y tal vez volviste al mar, encontraste los restos de aquella llave que abría todo aquello que juré cerrar para siempre, que abría mi corazón, y yo ahora te pedía que cuidaras bien de él. El mar, y allí me llevaste por primera vez. Y allí fuimos también por última, y en el mar quiero perderme contigo tantas veces, que ojalá olvidemos cómo regresar. Tú y yo, silencio. Solo mírame a los ojos y cuéntamelo todo a través de tu mirada. Las olas rompen a nuestras espaldas, el sol acaricia nuestra piel, tú y yo, sentados en la playa. No hay nadie más. Cierro los ojos y te oigo respirar; deseo que el momento no termine nunca. Y el azul del mar, roza nuestros pies. Y no te miro, pero sé que sonríes. Y yo, contigo.







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