Fue tu ausencia. Sí, después de tantos momentos mágicos, de tantas sonrisas a escondidas, de tantos duelos retando quién miraba más profundo dentro del otro, sí. Y cuando despertaba en la mañana me escurría entre mis sábanas y jugaba a imaginar tu rostro pegado bajo las tuyas. Y ya me hacías ser feliz desde el primer momento, incluso antes de ver el sol asomarse por alguna hilera de la persiana. Sí, te habías marchado tan solo unas horas y ya te extrañaba.
Y ya soñaba con rozar tus manos, con besar tus pies con los míos, con matarnos a escalofríos, sin siquiera tocarnos. Y es que cuanto más lejos vas, más cerca te necesito. Sé también que hace tiempo que no escribía, pero siendo feliz no es tan necesario desahogarse. Y sí, sé que a menudo frunzo el ceño y pongo cara de enfadada, pero por dentro te ruego que beses mi frente y me susurres al oído que hasta viéndome fingir un enfado, te enamoras. Porque empiezo a creer que se nos da bien volar, pues al fin y al cabo, un tándem vuela unido, y hasta el final.
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