Era verano. Descubríamos nuestros rostros de frente, mientras una brisa alborotaba los cabellos que flotaban en el aire.
Nuestras manos entrelazadas sonreían un amor puro y sincero. Pies, que juegan en la arena, hundidos, pisando el momento tan bonito que imposible es definirlo. El sol bañaba nuestras pieles morenas, tostadas del verano, y la buena vida.
El brillo de sus ojos penetraba en los míos gritando el sentimiento que brotaba de su sana mirada, y yo, que apenas podía hablar, sentía enrojecer mi rostro entre vergüenzas.
De pronto, sus brazos me hicieron prisionera de su cuerpo, inundando en su fragancia mis sentidos, y provocando que mis ojos se cerraran para sentir más intensamente el aroma de aquel momento, que en una palabra sencilla, podría describirse como perfecto.
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