Fue un instante. Recorrió todo mi cuerpo, parecía que procedía del estómago, había muchas, y podía imaginarlas de colores maravillosos. Sentía que no querían marcharse, eran millones de mariposas que de pronto se habían infiltrado en mi interior, y aumentaban o disminuían en función del instante. Estaba a su lado. Me agarraba la mano muy fuerte y a la vez con mucha delicadeza, como si tuviera temor a romperme los dedos, como si estos fueran de porcelana. Yo no podía dejar de sonreír, pues ni la sonrisa era capaz de reflejar tanta felicidad, tanto gozo de estar junto a él. Y nuestros pies decidieron pararse unos en frente de otros, permitiendo que se mezclaran nuestras miradas locamente enamoradas, y nos viéramos envueltos en un abrazo tan bonito que a mi me parecía que las mariposas volaban muy rápido por entre mis huesos. Y yo, sentía que era plenamente feliz.
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