Cerré la puerta. Y de verdad que la cerré, y eché la llave al fuego, y luego tiré las cenizas al mar. Y el mar se las llevó lejos, supongo. Pero entonces llegaste tú, tú y tu arte por sacar sonrisas, por abrazarme durante horas que parecían segundos, por devolverme la ilusión que sin querer enterré en algún lugar, un frío día de lluvia. Y tal vez volviste al mar, encontraste los restos de aquella llave que abría todo aquello que juré cerrar para siempre, que abría mi corazón, y yo ahora te pedía que cuidaras bien de él. El mar, y allí me llevaste por primera vez. Y allí fuimos también por última, y en el mar quiero perderme contigo tantas veces, que ojalá olvidemos cómo regresar. Tú y yo, silencio. Solo mírame a los ojos y cuéntamelo todo a través de tu mirada. Las olas rompen a nuestras espaldas, el sol acaricia nuestra piel, tú y yo, sentados en la playa. No hay nadie más. Cierro los ojos y te oigo respirar; deseo que el momento no termine nunca. Y el azul del mar, roza nuestros pies. Y no te miro, pero sé que sonríes. Y yo, contigo.