Palabras hay que no escribí, pues el dolor era tal que impedía remarcarlo entre letras borrosas. Tenía que dejarlo, al parecer él no me convenía, y yo debía alejarme, a pesar de que mi corazón solo latía con su risa y su mirada. Y yo, solamente lloraba. Fue entonces cuando vino, llegó y yo bajé a verle. Él iba tan guapo, y yo aún guardaba mi vestido en el triste armario, pues aquella noche iba a ser triste. De pronto, le dije que lo nuestro no iba bien. Él apenas entendía palabra. Cayó al suelo de rodillas con lágrimas en los ojos suplicando mi perdón, y yo, paralizada, sentí que el mundo terminaba, que mi corazón lloraba más que mis ojos, y solo un abrazo podría calmar el dolor.