A contracorriente

Comerme el mundo, saltar por encima de los muros del orgullo, romper las distancias, coger fuerzas de la nada, rasgarme la piel de tanto sonreír, caerme mil veces y levantarme dos mil, equivocarme y aprender, ir en contra de la gravedad, besar con los ojos, pisar con las manos, hablar en silencio, soñar con los ojos abiertos, gritar de alegría, llorar de felicidad, regalar abrazos, cambiar el mundo.

domingo, 22 de febrero de 2015

Marinero.

A veces el silencio no es ausencia, sino exceso de presencia. A veces las palabras que callamos, hablan por si solas a quién escucha en silencio. Y es que hacía un tiempo que no escribía, pero no me culpes, que es el corazón quién dicta, y no siempre se le entiende. 

Tú, mi fiel seguidor, quiero que sepas que es por ti todo lo que escribo. Que hace unos días me mataste de ilusión, me llenaste de felicidad, de esas lágrimas que no tienen tanta fama, porque a la gente le asusta llorar, y aún más si es de alegría. Mátame pues así, cada uno del resto de mis días. 

Abrí la puerta. Entre la oscuridad vi tu sonrisa, al fondo de un camino de velas encendidas, de pétalos de rosa, de un mar de emoción contenida. El mar... ¿qué haríamos sin el mar? Sin un lugar al que escapar a soñar durante el día, vistámonos con él, de azul; icemos las velas lejos de las pesadillas. Y una vez allí ya nada importa, todo ha desaparecido. Todo menos nosotros, que somos fieles marineros, y descansamos bajo el cielo de un invierno dormido.

A nuestras espaldas, un mundo loco anda arriba y abajo, hay relojes que corren maratones, el estrés se come las vidas de muchos sin darles tiempo a darse cuenta. Pero nosotros no queremos enterarnos. Y tú me guiñas un ojo mientras yo hago ver que duermo. Pero se me escapa la risa. Y es algo así, como decir te quiero en el silencio, como la más bonita, de las caricias.