Y pasa un día, y luego otro, y otros dos. Y poco a poco, sin querer empiezas un camino que es mucho más grande de lo que imaginas. Caes. Caes en el buenos días de cada mañana al despertar, en sus besos en la frente, en abrazarle tan fuerte. Y empiezas a soñar despierta, y a sonreír sola por la calle, y a morderte los labios pensando en que acaba de marcharse, y ya lo echas de menos. Entonces llega el día en el que te das cuenta de que has llegado demasiado lejos, de que lo sientes muy al fondo, de que él ya no es solamente él.
Y te das cuenta de que has crecido, de que aquellos días del principio, eran mucho más que un inicio cualquiera, pues eran el comienzo de algo infinito. De algo que no se borra, de un fuego que se graba dentro de ti.
Y recuerdas cuando te dijeron que el amor puede doler, pero cierras los ojos y sonríes aceptando el reto, ya que sabes que la recompensa será enorme. Ya que sabes que valdrá la pena, pasarlo todo, por permanecer a su lado. Y es que él es diferente, él puede hacer que duela, pero que duela de tanto amor que hay escrito en sus ojos, de aquel que se clava, de aquel que es adicción.
Y cada noche antes de cerrar los ojos imaginas cómo va a seguir el camino por el que andáis, cómo vais a escribir las próximas páginas de vuestra historia. Y así te duermes, y más tarde vas a despertar con unas ganas terribles, de leer sus 'Buenos días, levántate ya, que muero de ganas de verte'.